jueves, 22 de mayo de 2008

prefacio

Aquel cartel era mi última esperanza para ser alguien en la vida. Siempre me quedaba la opción de trabajar como periodista, pero eso sería caer demasiado bajo. Aquello era mejor. ‘Se busca cantante’. Lo ponía allí bien claro, en letras grandes. Siempre había soñado con ser cantante de un puticlub y tenía la oportunidad allí, delante de mí. Lo que no sospechaba era que fuera así de complicado alcanzar tan alto grado. Yo lo comprobé aquel día que entré con mi currículum en la mano derecha. Recuerdo que era la derecha porque la izquierda me la agarró un portero dominicano de doscientos centímetros, otros tantos kilos y que entre bíceps y neuronas tenía dos.

Con cara de susto le expliqué que iba en son de paz y que sólo quería ver al encargado. Después de mirarme con cara de asco, evidentemente de arriba a abajo, entendió que yo no era competencia para un puesto de la responsabilidad del suyo. Me hizo una seña y me señaló detrás de la barra.

No lo dude un instante y me fui directo a ver a Charito ‘la cachonda’, el siglo pasado estrella del puticlub, ahora reconvertida en pastora del rebaño de lolitas de importación y encargada de que no faltara nada en tan selecto local, ni siquiera el pianista que amenizara el cortejo previo a la explosión de burbujas de champán. Le miré y le dije con una seguridad que me impresionó a mí mismo: “Aquí está. Nadie toca el piano como yo y además canto como los ángeles”.

No esperaba un no como respuesta y menos de alguien con los dientes desvencijados, ojos de besugo y unos surcos en su cara en los que se podrían plantar dos toneladas de patatas. Por un momento dudé de su respuesta. No sabía cómo interpretar su risa de tractor en pleno esfuerzo. Debió notarlo porque Charito cambió de lado de la barra, me pellizcó el culo y me señaló el piano.

- “Soy Charito. Me has caído bien. Aquí está el piano. Todo tuyo, chaval. Cobrarás 30 euros al día y descansarás Nochebuena, Nochevieja y Viernes Santo que son los días que damos descanso a personal. En este local mantenemos las tradiciones”.

- “¿Sólo tres días al año?”, le pregunté.

- “Si te parecen pocos sigue el camino del anterior que ahora creo que se ha ido a trabajar en una emisora de radio. Qué ´punto´ de tipo”.

- “¿Por quién me has tomado, Charito? Vale, vale. Trataré de ser profesional”.

- “Profesional... Trabaja duro, chaval, llevo 40 años en esta casa y te aseguro que cada noche se llena esto para escuchar al pianista, de hecho la chicas son un pretexto, no te jode”.

No sabía cómo tomar las últimas palabras de Charito. Sería verdad que el pianista era tan importante. Si era verdad, por qué se había marchado el anterior ¡a una emisora de radio! Mis dudas duraron poco, el tiempo que tardé en darle la espalda al culo de Charito y llegar al piano. Le faltaban dos teclas.

- “Charito, al piano le faltan dos teclas”

- “Y a mí cuatro dientes. Si tú me pagas los implantes yo te pongo las teclas.

- “Pero yo no puedo tocar sin las dos teclas”.

- “Ni yo comer turrón duro sin las muelas”

- “Pero me faltan do y re”.

- “Y a mí dos molares y dos incisivos. Toca lo que te salga de los cojones y no me molestes más que tengo que poner todo esto en orden. En el cartel de la puerta pone que se busca cantante para el puticlub. El piano hace años que no se usa”.

- “¿Y el anterior cantante?”

- “Ya te digo que ahora trabaja en una radio. ¿Tú crees que si supiera tocar el piano habría caído tan bajo? Tú tienes madera de estrella chaval. Nada que ver con el abuelo. Hoy viene por aquí que es jueves y libra como las chachas. Pregúntale sus secretos porque aquí fue una institución. Cantante durante 20 años. Mis tetas aún miraban al frente. Qué tiempos aquellos.